Esa misma noche, fuimos a conocer el Hospital de la ciudad de Castelli. A pesar de ser el más grande e importante del departamento, cuenta con grandes falencias que dan cuenta de la situación de exclusión en la que se encuentra sometida esta zona del país, no sólo en materia de salud, sino en muchas otras también.
En el hospital no hay nada, y dentro de esa nada hay una capilla. No hay médicos, no hay equipamiento, no hay tecnología, pero sí una capilla y un gato saliendo de ella ronroneando.
Nos llama la atención el vacío de los pasillos, la cantidad de carteles “Clausurado”y “No funciona”, las lámparas rotas, las habitaciones oscuras, pero sobre todo las imágenes de fe. Santos, vírgenes, y cruces por doquier, como remplazando lo indispensable por la fe. Porque quizás para ellos lo más importante es eso, ya que les falta todo lo demás que para nosotros es básico
Al recorrer las distintas salas médicas, Lucas, un compañero de medicina, nos explica indignadísimo todo lo que le falta a la sala de partos.”Filma esto y esto y acá y allá”-dice sin parar. Puedo ver la bronca en la cara de todos mis compañeros que caminan sacudiendo la cabeza al ver todas estas cosas.
Yendo por los pasillos para tratar de encontrar las imágenes más elocuentes (aunque la miseria y precariedad era muy gráfica en todas partes) llegamos a una sala que nos dio escalofríos. Estaba completamente a oscuras con las lámparas rotas, pero había un par de ventiladores encendidos, como olvidados. Fue la escencia misma de la desolación, el vacío, la falta de todo: El ruido de las aletas del ventilador girando y girando y alrededor, la nada.
Una vez fuera del hospital, en la vereda, con la ciudad encima y el viernes por la noche instalado, motos y autos a las vueltas, música fuerte sonando en todos lados, no podía dejar de pensar en las familias originarias que conocimos en la Chacra 108.
Marginados y excluídos de todo, no tienen espacio en sus cabezas y en su corazón para preocuparse por su salud, pero cuando uno de sus chicos necesita un médico, y por fin acuden al hospital, es lo mismo que nada. Así, mientras en el centro de la ciudad tan sólo hay luz, música y risas, allá tan sólo hay oscuridad y necesidad.
Muchas cosas vienen a mi cabeza, pero sobre todo me siento movilizada por la fe que nos tienen a nosotros mismos, un grupo de estudiantes que cayó a cada una de sus casas asombrándose de sus fuerzas y su hospitalidad. Nos agradecen el simple hecho de que los visitemos y escuchemos y nos manifiestan su deseo (enorme deseo) de que este trabajo que realizamos llegue muy lejos, a las autoridades. Es quizás una demostración de la enorme brecha que existe entre ellos y quienes están en el poder.
Conocen de memoria los engaños de los políticos y saben que tienen que ser muchos para que los escuchen y eso los indigna, pero muchas veces les da fuerzas. Tal vez al ver tantos pibes como nosotros juntos creen que podemos hacer llegar su demanda hasta lo más alto. Yo antes que nada creo en ellos, y por eso me permito pensar que tienen razón y que podemos llegar, desde nuestro microscópico lugar, a mover a las autoridades a actuar por ellos.
Por Sofia Schmidhalter
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Escalofriante, pero es lo que hay. Las felicito por el laburo y por el blog que esta quedando bueno, y les paso un enlace para que espien:http://www.fmmeducacion.com.ar/Escritos/Letras/takiongoy.htm
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